Cuando era niña en mi pueblo, en el baño de mi casa -la mayoría de mis amigas no tenían baño- siempre había un papel higiénico color marrón, que rascaba las partes pudendas.
Nunca me quejaba porque formaba parte de mi cotidianidad, al igual que ir a misa los domingos o hacer las camas cada día. Pasados treinta y seis años, vuelvo a casa por Navidad -otra casa, en una ciudad, con los mismos padres, la misma familia- y hallo el viejo papel "El elefante" que rasca esas partes, muy sensibles ya; observo a mi alrededor y veo una familia desestructurada, miro el papel y veo a mis hermanos, la hermana a la que dejó su marido plantada el día de su boda, que se ha convertido en una histérica compulsiva, el "okupa" divorciado, adicto al sexo que invade espacios e intimidades por doquier, el drogadicto recién salido de la cárcel, incomprendido, al que adoro pero por el que no puedo hacer nada, otro hermano tumbado en el sofá, rascándose la cabeza ajeno a las discusiones, otra hermana que brilla por su ausencia, yo ensimismada con el Iphone escribiendo este artículo, mis padres, vetustos ya que no han sabido unir a la familia...
Es culpa de ellos? No lo creo. C'est la vie!
Miro a mi familia, miro el papel higiénico, miro al espejo, y me digo: "Como el turrón, he vuelto a casa por Navidad" y todo sigue igual, putrefacto.
Como casi todas las familias españolas, mi familia es una película de Almodóvar.
Y el papel higiénico es una metáfora o una metonimia de las relaciones familiares, por fuera scootex y por dentro el elefante.
Es Navidad.
Lunes, 22,36 del día 26 de diciembre de 2011
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